15 septiembre 2006

Manhattan


Cumplí un sueño. Durante una semana, andamos por la Quinta Avenida, descansamos en Central Park viendo un partido de beisbol improvisado, nos adentramos por el decadente Metro, nos confundimos entre la gente por el alucinante Soho, donde todo se cuece...Y casi siempre pasábamos por la inimitable Times Square.


A los dos días ya no te sentías extraño en "la ciudad". Como alguien escribió por ahí, es un sitio que no decepciona. Te acoge en sus entrañas, te adopta como propio. Vimos a las elegantes ejecutivas con trajes y deportivas, portando en una bolsa los "Manolos"?.

Nos sorprendió la amabilidad de la gente. Ni una mala mirada, ni una voz más alta que otra, siempre dispuestos a ayudar al turista que mapa en mano, en apuros, no sabe si coger la línea R o la W.

Una tarde-noche, cruzando el puente de Brooklyn, nos sobrecogió la visión de dos haces de luz que, apuntando al infinito homenajeaban a las derribadas Twin Towers, de las que sólo queda un inmenso solar.


A pesar de ser un sitio familiar, por la infinidad de pelis, series, anuncios...en la que la has visto -todo te resulta tan familiar-, no puedes evitar sorprenderte en cada esquina, en la que normalmente, se encuentra ocupada por un puesto de perritos, fruta, pashminas, o de 5 relojes a 20 dólares. Al principio, dolor de cuello al mirar todo el rato, boquiabierto, a los rascacielos que pueblan el bosque de acero y cristal.

Las enormes avenidas, vacías los fines de semana, acogen por igual a blancos, negros, chinos, pakistaníes, colombianos e ukranianos, aparentemente sin ningún tipo de diferencia. Nadie sobra, todos cabemos.

Siento que, después de esta semana, seré un poco niuyorkino de por vida. No se cuando, pero tengo que volver. Ya me lo habían advertido.