29 octubre 2009

París, Toros y Filosofía.


RUBÉN AMÓN desde París27 de octubre de 2009.-


Francis Wolff, amén de filósofo, es aficionado a los toros por revelación. Se le apareció un torero en el ruedo cuando andaba de vacaciones en la Provenza. Tenía 18 años, unos padres judío-alemanes que escaparon del exterminio nazi y un apartamento en la periferia de París.

Semejantes antecedentes sobrentienden que no había oído hablar del puente de Triana, ni del parón de Manolete ni del Tendido Siete de Las Ventas, aunque su caso y su militancia individual obedecen implícitamente a la evolución misma de la corrida.

"No es la fiesta nacional de España ni la sola referencia patrimonial de un país. Ir a los toros es una elección personal del aficionado, una pasión. Ha adquirido una dimensión universal gracias al atractivo de los valores que encierra. Universal no quiere decir que deba exportarse. Universal quiere decir que es posible reconocerse en sus coordenadas: la vida y la muerte. Lo bello y lo sublime. La ética y la estética. El sacrificio de uno mismo y el miedo a morir. La creación de la belleza", explica Francis Wolff.

La misma reflexión puede encontrarse entre las páginas de 'La filosofía de la corrida', asignatura pendiente de la biblioteca taurómaca y éxito inesperado del mercado francés. Cinco ediciones lleva vendidas el eminente catedrático parisino, aunque, paradójicamente, le había costado encontrar la complicidad de una editorial transpirenaica hasta que apareció Bellaterra. ¿Por qué?

"Los toros incomodan en España, no se consideran políticamente correctos. De hecho, los españoles tienen una relación problemática con la llamada fiesta nacional. Mi libro es una invitación a que los aficionados lleven la cabeza alta. Que abandonen la actitud pasiva, resignada, culpabilizada. La corrida no es del pasado, ni la España negra, ni el franquismo. La corrida no es el folclorismo racial y anacrónico como París tampoco es Pigalle. Hay una intelectualidad reacia que se atrinchera en el malentendido y el desconocimiento", añade sin alterarse el profesor francés.

¿Sus razones? "En el modelo de sociedad vigente, la muerte se ha convertido en algo vergonzoso. Por eso la negamos, la escondemos y nos decantamos por modelos asépticos. No existe el duelo. Predomina la apología de la juventud eterna. Aceptamos la muerte del animal y de nuestros congéneres siempre que no la veamos. Mucha gente no entiende ya la ceremonia de la muerte. De ahí proviene la distancia con la corrida. La corrida mezcla la fiesta de la vida con la tragedia de la muerte. Es un pasaje ceremonial hacia la muerte. En la corrida el toro muere y el torero puede morir. La vida no es un estado, es un acto, un acto contra la posibilidad misma de la muerte".

Semejantes reflexiones las introduce Francis Wolff en el contexto de la posmodernidad. "No hay Humanidad sin una parte de animalidad, sin un otro al quien medirse, como si el hombre sólo pudiera probar su humanidad a condición de saber vencer, en él y fuera de él, la animalidad en su forma más alta, más bella, más poderosa. Por ejemplo, la del toro salvaje: vencerla, es decir, repelerla o domarla, pero sobre todo oponer la fuerza de la astucia, la gratuidad del juego, la ligereza de la diversión, la gravedad de la entrega de sí mismo, la fuerza de la voluntad, el poder del arte, la conciencia de la muerte... En definitiva, todo lo que hace la humanidad del hombre", escribe a conciencia el tauro filósofo.

Parece haberse convertido Francia en un aval y en una garantía de la Fiesta. Hay un torero estrella, Sebastian Castella, un calendario de ferias imponente -Nimes, Bayona, Dax, Mont de Marsan- y una clandestinidad parisina que profundiza más allá del tópico y del estereotipo.

Empezando por Francis Wolff, entre cuyos argumentos de defensa también adquieren significado los valores ecológicos. "No sé si los toros son de derechas o de izquierdas. Sí son, objetivamente, un bien ecológico. No debe confundirse una vertiente del animalismo con el interés ecológico en sí mismo. La ecología es la defensa del ecosistema, de las especies, de la ganadería extensiva. Y esos tres principios se recogen privilegiadamente en el toro de lidia. ¿Qué sentido tendría forzar su desaparición?", se pregunta Francis Wolff.

La cuestión está relacionada con la relación mediatizada entre el hombre y el medio. "El mundo moderno ha perdido el verdadero contacto con la naturaleza en beneficio de una relación edulcorada. Vemos a los animales como criaturas de Disney. La relación con el toro no es de ternura, ni de compasión, sino de admiración, de respeto. Y eso cuesta entenderlo a ciertas mentalidades urbanas, alejadas del campo", concluye Wolff.

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