01 diciembre 2006

Toreando con el alma


Yo en esas cosas me encuentro, en esos momentos, en esas tardes, con esos toros, y hasta creo que logro vencer el sentido del paso del tiempo. Hay tardes de esas que tengo la sensación de que no ha pasado el tiempo, vamos, que es todavía como cuando Carvajal me acababa de poner lo de Faraón, y cuando hablaba del teletipo de las amapolas del verso de Paco Herrera.
En esas tardes se me pasa el sentido del tiempo, y hasta de la gravedad. Me siento como volando.
Y hay otras veces que me aplasto ahí, que no tengo agilidad de golpe, que la cabeza no me funciona. Y otras veces en que lo veo todo muy claro enseguida.
Esos momentos en que estoy sacando lo que llevo dentro, el cuerpo llega a no pesarme. Incluso llego a tener una sensación muy rara y difícil de explicar: que no tengo cuerpo, que no estoy allí. Es como una levitación, como si se flotara. No hay pesadez ninguna en las piernas ni en el cuerpo, ni en los brazos, todo armonioso. Me emociono mucho, veo que los pelos se me ponen de punta, el oído se me va, escucho los oles y las palmas que van y vienen, como si unas veces estuvieran allí y otras veces no estuvieran, y estuviera la plaza completamente vacía, nada más que yo con el toro. Es una emoción que hace una transformación entera de ti.
Llegas a perder hasta la noción del paso del tiempo, que te parece que el lance que has dado es el mismo lance que vas a dar otra vez, y los muletazos, lo mismo, que siempre son el mismo muletazo. Un muletazo que, como estás a gusto, no se termina, aquello tiene todo una unidad, una armonía perfecta, sin tiempo, sin peso en el cuerpo, hasta sin espacio, sin sonidos, que los sonidos de la plaza se te van y se te vienen.
Y yo siento que soy el mismo de siempre, igual que de chaval, que soy el mismo, que mi cuerpo de ahora es el mismo de entonces, porque no siento el cuerpo, nada más que siento el alma, quizá en esos momentos esté toreando con el alma, por eso no siento ni el cuerpo, ni el peso de la muleta y de la espada, ni las voces y los oles, ni nada. Son las muñecas solas las que están toreando, son las piernas solas las que están allí. La cintura sola, flexible, sin gravedad, todo sedoso, todo como una inmensa caricia. El toreo es como acariciar. Torear es convertir algo violento en algo bello, saber que llevas dentro la verdad te da una seguridad enorme.
Esos días ni el capote te pesa ni la muleta te pesa, está todo aquello volandero, rodando. Es una maravilla. Y yo estoy palpando en las gentes que eso se está transmitiendo de alguna manera. No tal como yo lo siento, pero de alguna manera se está transmitiendo. Escucho el runrún, y siento los ojos de las gentes en la nuca, en la cabeza, que también está muy alerta, aunque esté todo volandero, se abre todo, el cuerpo se te desgarra como en un cante, todo es como si tuviera otro sentido.
Y en los oles se te van y se te vienen, hasta escucho algunos que me parece que son los mismos oles que yo oía cuando estaba guardando cochinos en el cortijo de Gambogaz, por las tardes, los días de viento, y los traía el aire de Sevilla desde la plaza de los toros.
Cuando yo, al oírlos, soñaba que quería ser torero.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me encanta ese libro.

12:19 a. m.  

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